viernes, 16 de julio de 2010

XVI.- LA CARTA.-

Mientras continuaban llegando más amigos, la terraza se incluía para recibirlos, y la nana servía whiskys y café y la gente murmuraban algo que Josefina no escuchaba por la distancia, Graciela había llamado a Joaquín quién llegó junto a Macarena con ojos que sabían a llanto. Entró al escritorio y abrazó a su madre en un abrazo profundamente silencioso, la besó en la mejilla una y otra vez, la besó en la frente, y saludó a cada uno de los hombres que ahí se encontraban, y cuando iba a salir a ver a Graciela, Patricio le solicitó que se quedara; estaban esperando la llegada de documentos.

-Pero voy a ver a mi hermana y vuelvo
- Gracielita- mientras permanecía abrasada a Macarena-, tranquilas por favor.

Les sirvieron un café y se sentaron rodeados de personas que ellos jamás habían visto a parte de Sarita.

Josefina en silencio pensaba en soledad, parecía ser que se había transportado a otro mundo, el frió había pasado y no se dio cuenta cuando Joaquín estaba sentado a su lado acariciándole la mano.Después de un rato, llegaron los documentos que Francisco había ido a buscar. Venían dentro del maletín de la oficina, cerraron la puerta, se dieron cuenta que Graciela y Macarena no estaban, León que estaba más cerca de la puerta las fue a buscar.

Partió Francisco hablando:

- Ustedes no me conocen; pero nuestros padres eran socios por lo que nuestra amistad es de más de medio siglo; y me toca la misión de entregar una carta que hace mucho tiempo José Manuel le escribió a Josefina.- pasándole un sobre tamaño oficio-.
Josefina la abrió con calma, sin si quiera percatarse que todos los ojos estaban puestos en ella. Comenzó a leerla en silencio, pero Graciela al ver la cara de su madre le pidió

- Por favor!!! Léela fuerte
Sacó un coraje, retomando la calma y serenidad, carraspeo y comenzó a leer en voz suave y pausada.

Mi querida y adorada Josefina:
No es fácil explicar las historias de los hombres; pero intentaré hacerlo.En un verano, cuando yo tenía solo diez y siete años conocí a una mujercita de diez y seis en ese entonces, inteligente, preciosa, sensible que no reconocí como el verdadero y único amor de mi vida. Nos juntábamos en la playa de “Buena suerte”, tomábamos el sol, hacíamos picnic, jugábamos a escribir nuestros nombres en la arena hasta que las olas del mar los borraban, hicimos paseos a caballos y nos perdimos entre bosques nativo, pero como todo cuento, ella debía volver al norte desde donde provenía y nuestra relación se transformó en cartas con una frecuencia al comienzo diaria y que a final de año fue perdiendo fuerza. Durante todo ese año anhelé que volviera el verano, sin tener la certeza que ella volviese.

Mis oraciones y sueños se hicieron realidad; a fines de enero, nuevamente la encuentro en la playa; con dos amigas en una cabaña que habían arrendado. Los paseos se hicieron intensos, fiestas en otros campos, caminatas y cabalgatas. No se como saqué fuerzas desde el fondo de mi timidez, y le declaré todo mi amor. Iniciamos una maravillosa relación, con tal fuerza y plenitud, que el solo escribirla me hace volver a sentir, casi con la misma intensidad, la manera en que perdí la cabeza por ella y solo viví por y para ella. Pero debían regresar porque el dinero se les habían terminado. Como mis padres se encontraban de viaje, me sentí el dueño de casa y las invité a que terminaran el verano en “Buena Suerte”. Aceptaron; esto me permitió vivir cada segundo como una eternidad y el paraíso me parecía que se llamaba “Buena Suerte”.

Marzo nos permitió seguir en el campo dado la huelga de la universidad por el alza de las matrículas. Amándonos estábamos, cuando me informó que la “regla no le llegaba”.
La universidad reanudaba el año académico y debía volver a Arica, y desde allá me informaría si estaba o no embarazada.

Pasó el tiempo y por carta me confirmó la noticia.

Los tiempos no eran los de ahora. Mis padres tomaron la decisión una vez que les informé, de llevarme a Paris a estudiar un año. Grité, lloré y pataleé, pero lo que los padres decía….se hacía, y sin discusión; a pesar Josefina de las muchas que existieron.

Los odié, me habían arrancado el corazón. Decidí, no mostrarles mis sentimientos y callar hasta volver y que cumpliera los veinte y un años- para ser mayor de edad- y casarme.

Las cartas se demoraban más de ocho días en llegar.

De pronto dejé de recibir cartas.
Perdí contacto.

Volví a Chile y la busqué en su ciudad, no la encontré; nadie sabía nada, solo que se había ido del país Me recibí y formé la revista; en eso estaba. Soltero y buscando a aquella mujer que me había dado un hijo o una hija.

De pronto en el diario me entero de un accidente aéreo de un joven profesional. No se porque me impacta el tema. Al día siguiente, otro diario muestra una foto del funeral donde aparece tu madre junto a ti y Joaquín de tu mano. A través de la funeraria logro ubicar tu dirección, me reúno con tu madre.

Nos contamos todos estos años de desencuentros, seguía siendo la mujer de mi vida.
Me cuenta que te llamas Josefina, como homenaje (casi póstumo como ella lo sentía) a mi nombre. Me cuenta que eres…..lo que no puedo describir, porque no tengo ni encuentro las palabras adecuadas.


Pensamos como explicarte todo sobre con el dolor que ya tenías por la pérdida de tu marido. Agregar otro dolor más?

Elaboramos un plan, ; escribes de manera graciosa. Podrás aportar tu sabía visión de la difícil vida que te ha tocado vivir. Sería la forma de conocerte. Sería la forma de ser tu padre-editor y en algún momento te lo diríamos.

He amado a dos mujeres; a tu madre y a ti. Ambas con locura.

Me he sentido orgulloso de mis nietos.

He vivido intensa y profundamente mis períodos de infiernos y en la más profunda soledad cuando ustedes no existían, días de tinieblas, y por eso, cuando a través de tu dolor las he encontrado, he encontrado al fin, la paz y alegría que solo ustedes me podían brindan.

Un beso enorme a Graciela, Macarena, Joaquín y especialmente a mi dulce y preciosa hija.

El papá”
Josefina, la guardó en su cartera y le pidió a Joaquín que las llevara a la casa; mañana sería un día agotador.

No se hablo nada.

Era más que la fría muerte, era más de lo soportable.

Al día siguiente, a las nueve en los Benedictinos, de negro riguroso, con un ramo de rosas rojas que no cabían en sus brazos, Josefina las colocaba en el féretro de su padre.

Durante el día, las visitas no pararon de llegar. Se rezó, se conversó; Josefina y su familia guardaron el más absoluto silencio, no despegaron ni los ojos ni sus manos de la ataúd, y el desosiego de la triste y cruda realidad.