jueves, 15 de julio de 2010

XV. EL DESASTRE.

El tiempo pasaba rápido para Josefina cuando estaba con José Manuel; y le era eterno sin sus visitas. Con cierta frecuencia era invitado a casa y telefónicamente mantenía una relación muy cercana tanto con Graciela como con Joaquín.

Había llegado la temporada de concierto y ballet en el teatro Municipal y don José Manuel compró abono para toda la temporada, pero a diferencia de años anteriores consideró a Josefina también.

Ese día, habían asistido al concierto de piano del compositor Philip Glass, después, caminando bajo un otoño con liquidámbar desde el amarillo suave hasta el rojo pasión llegaron a unos de los restaurantes más clásicos del Centro de Santiago, donde cenaron y encontraron a un amigo de su juventud.

José Manuel se tupió entero al presentar a Josefina como “su amiga del alma” y ella sonrojó al escuchar esa frase. Otra confusión más – pensó-.

Se le vino a la memoria las interminables conversaciones y el ímpetu que ella colocaba en cada una de sus palabras, esperando una, solo una frase de amor, de pasión. Pero la noche continuó y al terminar la cena, del brazo y silenciosos la fue a dejar a casa.

Antes de bajarse, y pidiéndole disculpas como niño a su madre, con voz suave y casi susurrándole le preguntó:

- Estás enojada con el hombre que más te quiere en el mundo?
- No, porque habría de estarlo?
- Esos silencios tuyos dicen algo.
- Mutuos silencios en todo caso
- No me vas a dar un dulce beso de despedida?
- Es necesario?
- No podría ni por un minuto irme sin tu sonrisa y mi acostumbrado “que descanses y amanezcas mejor que hoy aún”.

Josefina soltó la risotada y lo abrazó hasta besarle la mejilla una y mil veces. Abrió la puerta del auto y bajo rápidamente, mientras José Manuel, por la ventana le gritaba:

- Amigos como antes?

Josefina se volteó y tirándole un beso con un soplo en su mano se adentró en su casa.
Cerca de las dos de la mañana, sonó el teléfono. Era un socio de don José Manuel, le avisaba que había sufrido un accidente y que se encontraba grave en la clínica Británica.

El grito que Josefina dio salió desde el útero, tan fuerte fue que Florencia y Graciela despertaron. Mientras se vestía les narraba la llamada, y Graciela casi autómata se encontraba ya sentada en el asiento del copilotos.

El trayecto fue a una velocidad superior a la que acostumbraba a manejar. Graciela lloraba desconsoladamente.

Una vez en la clínica corrieron a urgencia, allí se encontraban llorando la nana y Sarita, y desesperados Patricio, dos de los socios del bufete de abogados y un grupo de personas que Josefina no ubicaba.

Salieron a encontrarla y la abrazaron, dejando los sentimientos que se mostraran silvestremente.
- Donde esta, quiero ir donde él- gritaba Josefina
- Acaban de avisarnos que no se pudo hacer nada- dijo Patricio secándose con un pañuelo sus mojados ojos
- No está claro aún, pero fue cerca de la casa, cruzando la avenida Alonso de Córdova, al parecer el otro vehículo, que veía como un demonio no respetó la luz roja y siguió de largo impactando el auto de José Manuel.
- Pero donde esta. Quiero verlo
- No creo que nos permitan
- A que hora fue?
- Cerca de las dos y media
- Quiero pasar, aunque sea un minuto

Francisco Echaurren se metió a la sala de urgencia y solicitó que Josefina se despidiera, al rato salió con la respuesta, “solo cinco minutos”, mientras le daban un jugo de damasco comprado en la máquina expendedora.

- Mamá: te quiero acompañar
- No Graciela, recuérdalo como era, puede que sea fuerte para ti en el estado que esté. Espérame aquí y veo si puedes pasar

Sarita se acercó, abrasó a Graciela y la llevó a una salita donde intentaba consolarla.

Josefina entró, bajó la sábana que cubría su cara, y comprendió de inmediato la magnitud del siniestro. Estaba totalmente desfigurado, suavemente rozó sus gruesos y peludos brazos, cada vez con más intensidad, mientras le exigía que le explicará porqué. No hubo respuesta. Entró el doctor para sacarla y ella le suplicó por más tiempo, que le explicara todo, que no era capaz de elaborar la muerte sin tener antecedentes. Sentía rabia; la había abandonado justo ahora que se había enamorado.

- Josefina: que te gustaría para José Manuel? Donde quieres velarlo?
- Me encantaría la iglesia de los Benedictinos que a él tanto le gustaba.
- Está la funeraria; quieres algo especial, no se de música, de flores que se yo…
- El coro de la universidad católica y ojala pudieran cantar al menos “Nessun dorma”, el “ave maría”, y me gustaría que para la salida cantaran “unforgettable”, las demás elíjalas usted.
- Me parece muy adecuado. Y a que hora el funeral?
- Lo más tarde de pasado mañana para estar lo máximo con él.

El de la funeraria tomó toda clase de notas, desde el tipo vehículo y color de este, tipo de calidad de ataúd y color, número de personas en el coro, tamaño y forma de ramos a llevar; flores y colores, anuncios en el obituario de el o los diarios, hasta que al final sumó y la cuenta se la entregó a Patricio. A las nueve estaría en el salón del velatorio de los Benedictinos.
Se paró y se fue con todos los papeles firmados y el cheque en el bolsillo, mientras los demás le hacían un ademán, para que Josefina permaneciera sentada.