domingo, 6 de junio de 2010

IV.- A.A.!!!!

Josefina llevaba años manejando la administración del edificio y con lo metódica y ordenada que era, pocos problemas se presentaban por lo que no era una carga laboral importante; la mayoría de los arrendatarios continuaban viviendo en ellos y los cambios más habituales sucedían porque algún residente que partía de este mundo o los clásicos universitarios que cambiaban de estado -de estudiante a profesionales- y aspiraban a su casa propia o volvían a sus ciudades de orígenes.




Poco a poco se fue interiorizando de sus vidas, más que todo por el conserje y también en las reuniones de co-propietarios a las cuales ella asistía en representación de don José Manuel en donde no solamente se trataba temas de espacios comunes, sino también el copucheo que generaba la junta en sí.



El departamento cuatrocientos ocho estaba ocupado por una solterona de unos sesenta años, que había vivido la mayor parte de su vida en Europa, trabajando para una agencia de turismo, y en que su función principal había sido organizar congresos médicos en distintos países. Durante esos congresos había conocido a un oncólogo, de estado civil casado, del cual se había enamorado perdidamente y durante veintisiete años se había transformado en la típica amante de lunes a viernes que con cada encamada se olvidaba de las mentiras y las múltiples excusas que argumentaba por el no rompimiento de su matrimonio; que no se separaba “por sus hijos”, por el dolor y trauma que les causaría era la principal, le mostraba un escenario en que manejaba variables como cambio de residencia y colegio de los chico, hasta la pérdida de sus amistades, o el temor de esta mujer a cargo de los niños, si vivía siempre en depresión y podría hacer cualquier locura, desde el suicidio hasta negarle las visitas. Pero había muchas más que él no le decía pero si las pensaba; desde lo cotidiano -como la búsqueda de un nuevo lugar para vivir, la repartición de los bienes, la agotadora mudanza-; hasta lo legal, lo económico -como mantener dos hogares y tener que dividir sus entradas y patrimonio, el pagar abogados, etc., y por último, la principal-seguía cómodo con su mujer o capaz que el remordimiento se lo comía. En fin, lo concreto que vivió una doble vida permanente, donde ella lo siguió en cada viaje que pudo, lo esperó cada día para sorprenderlo con exquisitos manjares, para terminar regalándole cada parte de su cuerpo que le daba placer y que ella muy bien conocía; sus pechos generosos y pezones erguidos, sus nalgas duras, los besos con intensidad, el masaje afrodisíaco que estimulaba todas sus zonas erógenas, el punto G, sus frases entre sábanas. Se había convertido en la perfecta amante. Estaban juntos veintisiete años.



Durante los largos y tristes fines de semana se imaginó casada, con hijos, lo soñó, y sobretodo lo deseó intensamente, le suplicó tenerlos, hasta que se dio cuenta que para él, ella siempre fue una aventura, un complemento sexual a su relación matrimonial, manteniendo a su mujer como “catedral” y a ella - la amante- como “capilla en un pueblo perdido”. Para Orieta no había sido la aventura de uno y mil almuerzos, tardes y noches de encuentros fugaces y viajes, había sido hasta la tortura y la locura, hasta que herida y casi entrando a la tercera edad, había decidido regresar a su país sin decirle nada a su amante, pero en su interior guardaba la secreta esperanza que él la buscara para terminar sus días juntos.



Cerró su cuenta corriente y la traspasó entera a dólares, avisó a su arrendador que dejaría el departamento de un día para otro, el cual lo aceptó a cambio que se lo dejase amoblado, lo que fue bastante más cómodo para Orieta, ya que así no tendría que pagar los seis meses por entrega anticipada y a su vez nadie de enteraría. No alcanzaba aún a cumplir con los requisitos para jubilarse y la pensión tampoco sería muy importante dado que sus entradas se conformaban por una parte un sueldo mínimo imponible más las jugosas comisiones que para este efecto no estaban contempladas porque se pagaban de manera “ficticia” para la empresa, bajo ítemes que evadían impuestos. No existieron despedidas porque nadie se enteró, solo el día antes de partir, se animó a confesarle su historia al dueño de la agencia de turismo en el momento que renunciaba, quién, por el tiempo trabajado y los resultados logrados durante su trayectoria, le pagó una indemnización por años de servicio, cosa muy buena ya que se sumaría a su pozo ahorrado y tendría la posibilidad de buscar en Chile con tiempo donde vivir definitivamente. Su idea era comprar y esa indemnización le daba el tiempo para arrendar y ver donde se encontraba la “movida” en Santiago.



La llegada fue extraña, primero arrendó un apart hotel hasta que encontró el departamento de don José Manuel, su adaptación le había sido muy difícil; no era el país que había dejado a pesar que trató de sumergirse en su nueva cultura. Lejos quedaba en su recuerdo aquellas épocas cuando venía de vacaciones y su poca familia y muchos amigos la recibían y la paseaban y entonces fiestas, e invitaciones no paraban de llegar. Ahora, al poco tiempo de su retorno, se sentía por primera vez desarraigada y con un abismo cultural y social espantoso. La gente seguía su vida.

Se dio cuenta rápidamente que el dinero ahorrado no le sería suficiente como para comprar una propiedad y vivir de por vida; y la falta de oportunidades laborales para personas de la tercera edad, independiente del curriculum que tenía la iban deprimiendo día a día. El no hacer nada no le era usual. Asistió en una primera etapa a ofrecer sus servicios y dejar cartas de presentación a las agencias de turismo, era lo que sabía hacer a la perfección, en todas la recibieron muy bien, pero jamás la llamaron. Buscó en el periódico trabajos desde enseñar inglés, francés e italiano hasta acompañar a señoras enfermas. Traía una mentalidad mucho más abierta como para trabajar en lo que pudiera encontrar. Pero el teléfono no sonaba y los meses avanzaban, el trabajo no aparecía y la esperanza que su “amor” la buscase se esfumaba. Sin darse cuenta comenzó a encontrar consuelo y compañía en el alcohol.



Empezó con cervezas, siguió con vino, paso por whisky y continuó con vodka, junto al cigarrillo y al café.



Dejó de limpiar su apartamento y sus excesos fueron notados muy débilmente por su familia, debido a que Orieta era quién visitaba los domingos a algún familiar y compartir al menos un día de la semana con los que ella tanto quería.



Entre borrachera y borrachera se juró una y diez veces que se abstendría de tomar; los vicios eran caros y su pozo se achicaba, ni siquiera recordó que ya era hora de viajar al menos a tramitar su pensión. Cada día más se arrepentía de la mala decisión tomada. Había perdido todo, o todo lo que había construido en su trabajo y en su vida sentimental. Se desmoralizó tanto que fue perdiendo fuerzas hasta el punto que fió en los almacenes adyacentes cigarros, alcohol y sopas a fin de sobrevivir. Continuó deteriorándose y empezaron sus escándalos. Transformó el día en noche y la noche en día, al punto en que no aguantaba su soledad y solía arreglarse con su ropa europea y su altura imponente, para acudir al bar de algún elegante hotel, y pedirse uno y otro trago hasta terminar, -cuando el mozo le traía la cuenta porque ya era de madrugada,- furiosa y alterada gritando que a ella “nadie la echaba”, entonces se llamaba al conserje del edificio para que fuera a retirarla y pagara la cuenta porque ni firmar podía. Fueron tantas estas escenas, que el conserje ya tenía llaves para ingresarla al departamento. Fueron tantas las veces que no se la escuchó y se pensó que estaba muerta, que en más de una oportunidad, los vecinos descerrajaron la puerta a fin de verificar su estado. La encontraban algunas veces durmiendo y vomitada entera, otras deambulando como perdida en medio de un caos. El delirium tremens aparecía en períodos de abstinencia que ocurrían no por su convicción de dejar el alcohol, sino más bien por su falta de recursos económicos, porque dentro de toda su locura, aún no se atrevía a retirar dinero de sus fondos mutuos, si no era el día en que este vencía, entonces sudaba, el temblor se generalizaba y el insomnio era total. Sus vecinos del piso inferior despertaban a Oscar, quién vivía en un pequeño departamento en el primer piso, a fin de que acudiera a calmar. Las caminatas o arrastres de muebles no los dejaban dormir.



Una tarde Josefina recibió la llamada de Oscar:



- Señora Josefina, perdone que la moleste, pero la señora Orieta, la del departamento cuatrocientos ocho esta como loca. Los vecinos me piden que llame a don José Manuel pero yo no me atreví y la estoy llamando a usted. Por que no viene para acá por favor?

- Oscar llame a algún familiar, que tengo que ver yo?- respondió de inmediato Josefina

- Si, si llamé a una prima, pero no quiere nada con ella. No la deja entrar y estamos aquí afuera para no alterarla más.

- Bueno Oscar, pero menos va ha querer conmigo que apenas la conozco. He hablado un par de veces con ella.

- Pero venga a tranquilizar a la comunidad. Quieren llamar a carabineros y si don José Manuel se entera del alboroto se va ha enfurecer conmigo.



Era una tarde calurosa, llamó a su casa y avisó que lo más probable era que volvería tarde, que tenía problemas con un departamento, que si la llamaba Raimundo le dijeran que después ella lo contactaría y que no la esperaran a comer.



Cuando llegó a la comunidad, muchos vecinos estaban en el hall comentando casi con deleite junto a la prima Isabel y Oscar.



- Que bueno que llego Josefina, le dijo Isabel –la prima de Orieta a quién nunca Josefina había visto antes, pero si se asimilaban en altura aunque esta más morena.

- Pero que pasó? –Josefina sorprendida mientra echaba una vistazo rápido a su alrededor

- Hace tres días atrás, dijo Oscar con tono de locutor radial, me llamaron del hotel del frente cerca de las cinco de la mañana para que fuera a pagar la cuenta y traérmela, ya que estaba agresiva y provocando escándalo. Estaba muy malita. Apenas pude llegar con ella porque no se sostenía, suerte que venían llegando los chiquillos del ochocientos dos y me ayudaron a subirla. No quería nada de nada, a los gritos, nos forcejeaba, uf que nos resultó difícil la señora, tiene harta fuerza, pero la dejamos acostada y de ahí no supimos nada de ella hasta esta mañana que desnuda andaba recorriendo todo el edificio y hablando cosas muy raras.

- Y donde esta ahora?- Indagó Josefina

- Como vio llegar a la señora Isabel, se arrancó y esta en el piso doce como tomando sol o calentándose con la ampolleta.

- Isabel y Oscar me pueden acompañar. Yo no se como puede reaccionar ella.- dando un orden y mirándolos a ambos.

- Josefina, yo voy a pedir una ambulancia y creo que lo mejor es internarla para que al menos la desintoxiquen y tranquilicen.



Subieron en el ascensor que se detenía entre piso, y ahí acostada en el suelo frío de cerámica, desnuda, con sus pechos generosos caídos, sus nalgas con piel de naranja y la mirada fija en su sol, se levantó apresurada a saludarla cariñosamente, pero cuando observó la presencia de su pariente y el mayordomo perdió aún más la cordura y volvió con más intensidad de la esperada su ira hacia ellos.



- Orieta, he venido a saludarte y mira como te encuentro.

- No sabes lo molesta que estoy Josefina

- Ven, vamos a tu casa y nos sentamos a dialogar.

- Diles que se vayan. Me quieren hacer daño.

- Orieta, nadie quiere hacerte daño, al contrario, todos te queremos mucho, y sacándose su chaleco le cubrió la espalda, pero un manotazo la alejo, al mismo tiempo que Orieta vociferaba.

- No me pongas nada, no ves que quiero broncearme.

- Orieta, desnuda aquí no. Acuérdate que esta no es playa nudista



Y entre suplicas, dialogo y suaves empujones logró meterla a su apartamento. La escena que se encontró fue dantesca. En la cocina, todas las ollas sucias, arrimadas unas de las otras, con diferentes restos de comidas; botellas vacías de alcohol por dondequiera. Sobre la mesa del comedor, diarios y revistas de semanas, junto a ceniceros repletos de colillas de cigarros, encendedores, billeteras dadas vueltas y cuatro o cinco tarjetas de créditos desparramadas. Los cojines de los sillones muchos en el suelo, como tirados con furia, y un hedor a excremento inundaba el lugar. En muchos de ellos había caca, si mierda.



Orieta salió al balcón y eufórica gritaba:

- Mira; todos los camiones de la coca cola están estacionados abajo,- mientras Josefina en un acto instintivo se cubrió los ojos con sus manos, pensando que se tiraría o caería.

- Orieta, entra, te puedes caer. Vamos a vestirnos que vamos a ir a tomarnos un café.

- No seas huevona; ven y mira. No sabes acaso que yo soy la dueña- mientras agitaba los brazos y les gritaba muchas gracias! – Josefina paralizada era incapaz de salir al balcón a rescatarla y tanto Oscar como la prima, blancos como papel observaban desde la puerta de entrada, casi a punto de salir corriendo.

- Orieta, por favor entra. Que van a decir tus empleados verte desnuda saludándolos.

- No seas huevona. Deja esa pega de mierda de administradora, que no te corresponde. Yo te voy a nombrar gerente general de la compañía de…Como se llama esa mierda que también es mía?

- No recuerdo Orieta, no me has contado de todas tus empresas.

- Si, de esa huevada, mañana serás la gerente general.



Mientras, entre medio del desorden y la locura, Isabel entro para intentar armar un bolso con lo poco limpio que quedaba.



- Bueno Orieta, si no te vistes me voy. La emplazó Josefina

- Espera estúpida. Pero dile a esa huevona que se vaya y acompáñame tú a mi pieza.



El dormitorio era peor aún que las habitaciones anteriores. No solo la cama desarmada, el colchón cagado y todo el closet dado vuelta, como ladrón que desesperado busca algo valioso. No había por donde comenzar, la metieron al baño a una ducha rápida, la manguerearon desde el pelo a los pies, entre piernas, bajo los senos y le colocaron un buzo negro marca polo, para llevarla al hospital donde quedaría internada. Realizada dicha operación recobró fuerza y se encabritó a gritos y manotazos para no dejar tomarse por los enfermeros de la ambulancia que ya habían llegado.



Nuevamente comenzó el proceso de tranquilizarla.



- Orieta debemos irnos. Le suplicó Josefina

- Ni cagando- con los brazos cruzados y la mirada en el piso

- Es que tengo una orden médica del doctor- insistió Josefina

- Léela



Josefina inventó sobre la orden que Isabel había traído del doctor lo siguiente: "La señora Orieta, debe ser internada en el día de hoy a consecuencia de un cuadro de stress producto de un amor no correspondido. Debe dársele la pieza en suite, ya que es una empresaria muy conocida, dueña de la Coca Cola, Banco Vida Segura y muchas empresas más.



- Ah! Es verdad, pero diles a estos cabrones que no se me acerquen.

- Por favor retírense un momento…. (Mientras en voz baja les advertía a los enfermeros que la acompañaran en el ascensor)

- Solamente tú ven conmigo- replicó Orieta

- Orieta, es que yo sola no me puedo tu maleta.



Isabel y Oscar corrían escalera abajo llevando el bolso con la orden del doctor y los taconazos avisaban a sus vecinos que salieran a los pasillos a observar.



En el hall, los vecinos se apilaban para ver el espectáculo. La ambulancia se había estacionado marcha atrás, con las dos puertas abierta a fin de evitar que Orieta se arrancara.



- No voy a entrar, mientras no me traigas, cigarrillos, chocolates y cerveza. Ordenó Orieta.

- Pero espérame entonces adentro.

- Te digo huevona que no voy a entrar mientras no tenga cigarrillos, chocolates y cerveza!!!



A media cuadra, en un almacén encontró los cigarrillo, los chocolates y las cervezas las cambió por unas lata de te verde heladas que se encontraban en un dispensador.



- Orieta, aquí te traigo tu encargo- le dijo Josefina agitada

- Entra tu primero, y dame un pucho de inmediato, mientras se reía como una verdadera hiena

- Aquí tienes.



La ambulancia partió sin que Josefina supiera realmente donde la trasladarían. Su corazón latía a mil y el miedo a la velocidad del vehículo de urgencia, sumado al nerviosismo de una situación tan límite por la locura de Orieta, le dieron ganas de ponerse a llorar, de dejar su trabajo de administradora, y llamar a don José Manuel para ponerlo en antecedentes. No alcanzó a continuar pensando cuando respiró un poco más tranquila al ver que Isabel la seguía en su automóvil.

Y comenzó un dialogo de locos:



- Oye tú, no te hagas la huevona y cántame el tango Cambalache.

- Orieta no sé cantar

- Cántame, te lo ordeno. No sabes acaso quién soy

- Si Orieta, pero tengo tan mala voz

- No te estoy preguntando si cantas bien o mal, solo canta. Dame otro cigarro

- En la ambulancia no se puede fumar; puede explotar por el oxigeno

- Cállate huevona y pásame otro pucho. Canta.



Orieta figuraba sentada en la camilla, de piernas cruzadas, con un pucho en la boca, mientras les pedía al chofer y al enfermero, que pararan en la Coca Cola para avisar a su gerente que se internaría.



- Apúrate maricón, que hoy tenía reunión de directorio- le gritaba

- Aquí no se puede fumar, uno esta bien pero dos no puede. Respondió el chofer

- Cállate maricón, maneja rápido antes que te despida.

- Orieta, mejor que no fumes y sírvete chocolates o toma esta cerveza

- Huevona, voy a desintoxicarme y me ofreces cerveza. Préndeme un cigarro y fuma tu también.



Esas reacciones entre la locura y la realidad la dejaban perpleja. Como sabia que iba a un tratamiento para el alcoholismo y que comenzaría con una desintoxicación si le había leído que pasaba por un “cuadro de stress”?



- Toma Orieta, toma

- Y uno para ti. Y canta

-“Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé,

En el quinientos seis, y en el dos mil también”...

- Más fuerte!



Josefina comenzó una y mil veces a entonar la canción, pero Orieta descontrolada, seguía insistiendo "más fuerte"

Orieta deliraba, hablaba a una velocidad imposible de entenderle algo; solo que a ratos se reía en forma estrepitosa. La canción de cambalache, algo le había recordado;



- Continua! Dame otro pucho y la cerveza para tomar. Mira como la gente me saluda



- “hoy resulta que es lo mismo

Ser derecho que traidor,

Ignorante, sabio o chorro.”



Josefina gritaba con lágrimas en los ojos. Pudor era lo que la embargaba. Los enfermeros reían a mandíbula batiente, y de pronto se encontró en un dueto a todo pulmón junto a Orieta.



- “Lo mismo un burro que un gran profesor,

No hay aplazaos, ni escalafón"



Ambas llevando el ritmo con las palmas, olvidaron por momento la situación y continuaron…



-“Que falta de respeto que atropello a la razón,

Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón,"



Y así, en un ambiente festivalero atravesaron toda la ciudad, cuando después de un viaje de cuarenta minutos, ambas cantando, fumando, relajadas y riéndose, llegaron a la “Clínica psiquiatrica Corazón de Jesús” atendidas por monjas de la caridad.



El proceso de hospitalización fue rápido; una caso antigua, discreta, limpia y con poca privacidad. Las ventanas con mallas de alambres y una vista al sur de la ciudad. Josefina la acompañó hasta un dormitorio en el segundo piso que compartiría con varias internas y que a Dios gracias no se encontraban en ese momento. Algo dijo la monja que estaban en terapia ocupacional.



- Que es esa huevada- preguntó Orieta

- Usted es una señora, y ese vocabulario para una dama no le corresponde- le contestó la monja bastante serena pero enérgica al mismo tiempo.

- Cállate mierda, y canta también

- Quédese con ella un momento mientras voy a buscar el calmante- le dijo la monja a Josefina sin esperar un “bueno”

- Ay! Madre, pero vuelva luego. Cuando termino la frase, la monja ya había regresado.



Josefina se despidió, cuando Orieta se encontraba con los brazos amarrados a la cama, y la monja inyectándole un diazepam a la vena.



Bajó las escaleras raudamente, y en la entrada se encontró con Isabel, apesadumbrada ante la impotencia del descontrol de Orieta a consecuencia del alcohol.



- Te llevo, le pregunto Isabel

- Por favor, dejé el auto en el edificio.



La primera parte del trayecto fue en el más absoluto silencio, hasta que Josefina tosió varias veces como intentando sacar la voz.



- Me imagino que Orieta ya no podrá vivir más sola- le comento a Isabel.

- Yo creo que no va ha poder salir más de ahí; de hecho eso fue lo que conversé con la superiora. Me es mucho más tranquilizador que la cuiden las monjas antes que un día se caiga por el balcón o me llamen a las tres de la mañana para darme alguna mala noticia, no entiendo que vino hacer a Chile, si ya había formado su vida en Europa. Yo fui a verla en varias oportunidades y no te imaginas lo entretenida, culta y cariñosa que era Si hasta llegue a pensar que se casaría con Iñigo, pero claro, le faltaron pantalones, y hoy está pagando el precio de su vida. Que espanto!!!!! .

- Entonces avísame cuando desocupan el departamento, para ponerlo en arriendo nuevamente.

- Y tu no podrías hacerte cargo, porque la verdad que todo lo que hay ahí debe botarse, era un asco. Que impresionante a lo que llegó.

- No Isabel, solo avísame cuando este listo, y sacando una tarjeta con sus teléfonos, se la dejó en el cenicero del auto y se bajó camino al estacionamiento.



- Señora Josefina, como quedó la señora Orieta? -Preguntó don Oscar

- Bien, en una clínica llamada “Clínica psiquiatrita Corazón de Jesús”, casi al final del centro. La señora Isabel me comentó que entregarán el departamento porque no esta en condiciones de vivir sola, por lo que vendrán a retirar las cosas a pintar y cambiar alfombras. Por favor manténgame informada.

- Claro. También hay que cambiar la chapa, ve que algunos vecinos le llevaban almuerzo cuando no la veían un par de días.... cuando andaba malita.

- Si si todo eso….. Hay que horror; que día!



Cuando regresó a su casa y contó la historia, sus hijos no cerraban la boca de atónitos, solo Raymundo argumento irónicamente:



- Bueno, esa es la clase de trabajo que tu amiguito te da, exponiéndote con una loca, alcohólica y dejando tu casa botada.

- Papá, pero que pasa con la mamá, o tu crees que acaso ella se imaginó que le ocurría una cosa así?

- Raimundo - dijo Joaquín en forma serena,- pero no exageres, a la mamá no le ocurrió nada, solo una experiencia que te aseguro mañana la va ha escribir.

- Lo que pasa agregó Raimundo, que a ustedes ya todo les parece natural, pero en esta casa todo anda mal, ya ni siquiera se respeta la hora de comida?

- Por una noche que no llegue? preguntó Josefina ...y agregó cuantas veces a la semana comes tu con nosotros? Cuantas llegas de amanecida o se te olvida el susto que pasamos cuando avisaste que llegabas a las doce de la noche, eran las tres de la mañana y yo vuelta loca llamándote a tu celular y tú sin responder? A que hora llegaste? cerca de las siete y yo desde las tres llamando a todas las clínicas, hospitales, carabineros, pensando que un accidente te había pasado? Sabes...... no me jodas por favor, que no fue mi mejor día.



Josefina ya llevaba años con Raimundo, y su reacción no le pareció extraña; entre tanto y tanto psiquiatra y sicólogo que acudió en busca de ayuda, le habían diagnosticado a Raimundo trastorno de personalidad: bipolaridad y rasgos narcisista y entonces comprendió que su matrimonio sería un fracaso. No era fácil vivir con un tipo

poco empático y que ante cualquier amenaza actuaba como un ser único, importante y diferente a los demás, creando una fuente continua de tensión y si además le sumabas sus cambios de humor con cambios de conductas de agresiva a pasivo-agresivas, la cosa se ponía el doble de complicada. En general Josefina no le respondía alteradamente, pero con los años y sintiéndose más protegida por las edades de sus hijos comenzó con más frecuencia a pararlo en seco, a pesar que sus mismas respuestas le generaban una cólera mayor.



Fue tan obvio para Josefina cuando el psiquiatra les explicaba que en el contexto general social, en un principio, causan una agradable impresión- cosa que a ella le sucedió-cuidando mucho de su ropa y aspecto- lo único que Raimundo usaba eran marcas, lo que volvía a Josefina a mirar retrospectivamente –las explosiones de mal genio, los estallidos verbales- hoy lo estaba viviendo una vez más- junto al maltrato sicológico e incluso físico, ella hasta hora el físico aún no lo conocía- y la bipolaridad podía ser tratada con medicamentos para la depresión, cosa que por un par de meses Raimundo hizo uso y la relación mejoró notablemente, pero en un arranque de ira le gritó que “nunca más se medicaría”, cosa que cumplió y la convivencia se fue haciendo cada día más insoportable.



Y tal como lo predijo Joaquín, lo sucedido la llevó a escribir, sobre aquella mujer alta, buena moza, distinguida, y…. como los años van pasando la cuenta, de una u otra forma; su soledad se hacia presente minuto a minuto apagándola con el alcohol, hasta que ocho años después, por el diario se enteró que se llevaría a cabo un congreso en el que uno de los expositores sería este médico español. Una vez tratada, la familia la convenció de vivir en uno de estos senior suites a cambio de dos cosas: ellos pagarían el cincuenta por ciento y abstinencia total, en caso contrario lo último que haría por ella sería internarla sin vuelta atrás. Parece ser que ha Orieta le encantó la idea, tenía un pequeño departamentito dentro de la organización, no debía pagar ni cuentas, no cocinarse y además le sobraba dinero como para asistir a la ópera, al cine junto a sus amigas y algunas más que conoció en su nueva vida. Su soledad se acabó.

Inmediatamente cerró el diario y planeo como encontrarlo; no había mucho donde perderse y el día de la intervención de Iñigo partió a buscarlo al lugar del congreso. Ambos bordeaban los setenta años, y en un breake de coffé, Orieta arreglada y con buen semblante se presentó para explicarle su huida y las consecuencias desastrosas que le trajeron esta pasión y obsesión, lo tomo del brazo y lo sorprendió con el discurso. El médico al verla se quedó helado, un fantasma habría esperando antes que ver a Orieta, enmudecido, con los ojos fijos en los labios de ella no capaz de emitir sonido alguno. Se produjo un silencio.......con su índice le rozó sus labios y volvió al congreso. Nunca más se volvieron a encontrar, pero Orieta cerró un capítulo de su vida.