sábado, 5 de junio de 2010

III.- LLEGA EL TREN

Cuando  Josefina conoció a Raimundo llevaba varios años sola, y se había acostumbrado a decidir todo por si misma. Ya había pasado la etapa de elaborar planes para organizar una nueva forma de vida, más exigente y con más peso o responsabilidad. Lo que aún le perturbaba eran las relaciones sociales y la orfandad; ya no la invitaba a comer un fin de semana; los que habían sido sus matrimonios amigos parecía que le temían como si padeciese una enfermedad contagiosa. Era la “pobre viuda” la “viuda pobre” o “viuda alegre”, todas tenían una connotación  lastimosa, negativa o peyorativa.

Raimundo llegó a su vida de un modo abrupto porque no pensaba en rehacerla; más aún le habían comentado que a las viudas se las “vivían” y eso la aterraba, pero como fue presentado por uno de los pocos amigos que le quedaba le había sido bastante tranquilizador,  ya que suponía que  traía antecedentes para no hacer uso del juego de palabras de la “viuda-vivida”.

La citaron a una reunión para contratar seguros de una empresa en la cual Raimundo trabajaba, pero no participó en ella, lo que si le habían informado que vendría una corredora viuda, relativamente joven y bonita. Los dueños eran parientes, por lo que más que contratar seguros, querían armar “una pareja”, pero Raimundo, un viejo zorro deseaba verificar si era tan buena moza, si era tan joven,  por lo que en conjunto decidieron que  permaneciera escondido en el baño de la sala del directorio con el único objetivo de al menos darle el visto bueno aunque fuese de la espalda. No era una mala idea, se complementaban las necesidades de marido, versus hogar, aportando cada uno lo que eran; ella viuda con un hijo y una situación económica poco estable, trabajadora y nada de fea; él solterón, guapo, vividor y seductor, pero sin ni un peso  en los bolsillo. Las mujeres y la buena vida habían cobrado todo al contado. Pobre Josefina!!!!  ....sin  ninguna información de la trama que se urdía detrás de ella.

A la semana, el la llamaba a una reunión y su voz como su trato de “linda” le pareció de un señor de sesenta años. Cual sorpresa se llevó cuando lo conoció; no era sesentón,  le pareció no tan solo agradable físicamente y en su forma de ser, sino que también divertido. Charlaron de seguros, y de ahí el cambio de tema fue bastante rápido. Familia, estado civil, en fin...de la vida.

Hacía tiempo que no reía con la boca llena, con su risa loca y sonora, identificable en cualquier lugar que se encontrara. Se rió como en su casa y de vuelta a su oficina eso fue lo que más le llamó la atención. Había vuelto a reír a carcajadas. La habían piropeado como en su juventud.

A nadie le comentó nada.

Después de siete días de la reunión, una llamada a su casa posterior a horario de oficina la sacó de la rutina.

Era cerca de las seis de la tarde, cuando del otro lado del teléfono Raimundo la invitaba a comer. Venía viajando en tren desde el sur y llegaría cerca de las nueve y media de la noche. Se tupió entera y le contestó que “para día de semana era muy tarde para ella”.
Pero a las nueve una inquietud le arrebató la paz de su alma y como loca partió a la estación de trenes. No recordaba nada de su físico, porque no se caracterizaba por ser "buena fisonomista", solo sabía que era alto y buen mozo.

Caminó por el andén hasta que encontró al “alto buen mozo” y cuando  lo vio que venia en dirección a ella, mirando el suelo, con una garrafa de vino dulce en una mano y en la otra una maleta y su impermeable le gritó:

- Señor: Desea taxi?
- Que haces aquí Josefina? Preguntó Raimundo sorprendido
- Pensé que un servicio personalizado de transporte podía darle un toque francés a esta estación maravillosa- soltando una risa picaresca.
- Es lo mejor que me ha pasado en la vida- quedándose tan anonadado que enmudeció por un par de minutos y subiéndose al coche pararon en un restaurante donde cenaron y conversaron hasta  las cinco de la mañana, mostrando cada uno, las mejores plumas como pavo real en una tarea de seducción previa al apareamiento sexual.

Ese fin de semana, Josefina tenía el compromiso de acudir a ver a su hijo a un campeonato de bicicross. La soledad se hacía más presente en esos momentos; subía y bajaba bicicleta. Parecía tener los brazos más fuertes y jóvenes en comparación con las demás mujeres- madres que ahí se reunían más a conversar que animar la competencia. En eso estaba, alentando a Joaquín cuando apareció Raimundo, suelto, con una personalidad desbordante, proactivo, divertido, sociable y se incorporó a la competencia con la calidez de un padre acostumbrado a estos menesteres, por lo que fue muy fácil conquistar a Joaquín. Una vez terminada la carrera se había ganado una invitación para concurrir al almuerzo dominical junto a su hijo y a su madre, que ha estas altura, no tenía tan claro en que pasos sentimentales andaba la Pepita, como cariñosamente la llamaba, cuando deseaba igualarse con el propósito de informarse más de lo que en ese momento le interesaba.

Josefina sintió, que tanto a ella como a Joaquín se les abría una ventana de afecto y de actividades que durante tiempo había tapiado por dolor. A Raimundo no le era difícil sumarse a esta familia ya formada, al revés, se movía como pez en el agua. Lo mismo no pasaba con Josefina, quien ponía pequeñas pruebas para confirmar la actuación de este; como observar de que manera tomaba en brazos al niño, sobre todo si le tocaba o no las piernas o si lo manoseaba, si continuaba jugando con él mientras ella inventaba una pequeña siesta para escuchar detrás de la puerta la relación que nacía entre ellos. Cada una de esas vallas Raimundo las saltaba con facilidad. La valla que no saltó fue la de Florencia, quién no soportó que su tremendo vozarrón llenase todos los espacios, lo encontró el típico argentino agrandado que todo lo sabía y lo “peor señora es que lo encuentro entrometido”. Su madre no emitió opinión alguna, su prudencia le decía que debía conocerlo para formarse una correcta opinión, pero el comentario de la nana, no pasó inadvertido; hablaba intuitivamente, quizás algo había visto que Florencia reaccionó.

Una noche mientras los dos cenaban y conversaban sobre su pasado, sin razón alguna, y a propósito de nada, la incriminó diciendo:

- Cambia la cara de culo y tráeme el postre

Josefina, partió a la cocina donde elaboró toda una tesis acerca de dicha frase; debe ser a causa de las malas experiencias de parejas vividas con anterioridad, pero con amor……. con mucho amor; debe ser el abandono sufrido en su niñez y juventud, pero con amor.....con mucho amor; debe ser la frustración de un solterón, pero con amor.... con mucho amor; debe ser…. En fin.

Se apuró con el postre y volvió triste sin decir ni una palabra de ese dolor que le había ocasionado de manera tan gratuita y sorpresiva y en la bandeja, su pena, un  plátano con miel más un café. Una vez que Raimundo terminó de comer, ella se abalanzó para decirle que ya era tarde, que debía irse ya que el sueño la mataba. Fue lo más rápido que se le ocurrió para despedirlo.

No quiso pensar sobre lo sucedido. Solo se encerró a trabajar desconcertada y desconcentrada.

Cuando se acostó, su mente voló a ese mundo anterior vivido y que hoy le parecía tan irreal. La historia de su primer matrimonio, y a pesar que no deseaba comparar era evidente que en su interior algo no le calzaba de la personalidad de Raimundo. Algo conocía a los hombres y no entendía la agresión por agresión. Recordó a su marido con amor y con rabia, si rabia por su abandono, aún no entendía en profundidad, la palabra accidente y todos sus sinónimos; imprevisto, infortunio, sinistro, desgracia, contrariedad, eventualidad, percance etc. Se refugió en lo mucho que se sintió querida, en la sensación de tener el mundo a sus pies, de la fragilidad de la vida y con un dolor de cabezas de padre y señor mío se durmió